Periodista: Xochiketzalli Rosas
Medio: El Universal
«Iniciar el año endeudado quizá no es el mejor comienzo, dirán algunos, pero es la única forma en que lo he iniciado desde hace 10 años», dice Carmina mientras espera su tumo para empeñar dos dijes y un anillo en la casa matriz del Monte de Piedad en el centro de la Ciudad de México.
Esta ama de casa, cada dos o tres de enero, se presenta en el inmueble de Plaza de la Constitución a intercambiar sus alhajas por dinero. Porque «la cuesta de enero está dura y necesito recursos para los Reyes Magos y los útiles», remata la mujer que tiene 50 tumos antes que ella
Ya no hay filas enormes e interminables como hace algunas décadas, ahora todo se ha modernizado y a los pignorantes (forma en que son llamadas las personas que empeñan algún objeto -conocido como prenda- en una casa de empeño) se les ha dado una tarjeta que los identifica como clientes y que deben pasar por los lectores de código de barras que se encuentran en las entradas de las sucursales para que se les asigne su turno según la operación que vayan a realizar: empeño, refrendo, desempeño, entrega de prenda.
Con el trozo de papel en la mano con su tumo, el pignorante debe pasar a la sala correspondiente: la primera sala, los que van a pagar su préstamo o solicitar un refrendo (prórroga para pagar, la cual consiste en pagar los intereses generados antes de la fecha límite de pago, cada cinco meses y sólo en tres ocasiones) o a desempeñar; en la segunda sala, los que van a pasar con un valuador para que les cotice el precio de su objeto. Así, si el dinero ofrecido por la prenda convence al pignorante éste firma el recibo donde se estipulan los pagos (libres o a 20 meses, según se elija), después se le entrega el dinero en efectivo.
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